Frisando ya los 80, Juan Marsé acaba de sacar una nueva novela, Caligrafía de los sueños, en la editorial Lumen. Habita Marsé en un universo perfectamente reconocible, unos personajes a caballo entre el desaliento camusiano y la rebeldía juvenil, que tratan en vano de sacudirse de encima el fardo del destino, el azar, o cualquiera que sean los factores que rigen nuestras vidas. Y lo hace con unos diálogos a pie de calle, con una oralidad elemental que lejos de devaluar su prosa la realza y vivifica. La primera novela que leí, Últimas tardes con Teresa, me impactó por su mestizaje, no solo clasista, sino también estilístico. Se daba la circunstancia de que por entonces vivía en la ciudad donde discurre la acción, Barcelona, y no me costaba en absoluto identificar los escenarios, respirar la atmósfera que envolvía el relato. Tengo la convicción de que cuando el tiempo, como un viento desatado, se lleve por delante la hojarasca del siglo XX, la obra de Marsé mantendrá el tipo, como lo mantiene un escritor que descubrió cuando adolescente que sus padres no eran realmente sus padres, iniciando así una ficción absorbente y onírica que nunca morirá.
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