
Sobre un telón oscuro, propio de un fondo de Caravaggio, el actor parece subrayar en exceso su desolación, con la mano derecha tapándose un ojo y con la izquierda sosteniendo con gesto desmayado, exánime, un casco bélico. Todo su cuerpo reposa sobre una negritud en la que parece estar a punto de naufragar. Por desgracia, no se trata de una función teatral, sino de un realismo sucio, proveniente de un país que no parece tener escrúpulos en mandar periódicamente, como víctimas propiciatorias del minotauro, a sus jóvenes a la guerra. Viendo el lamento de su expresión, todo parece indicar que acaba de perder el hilo que le conduciría a la salida del laberinto. O, más bien, es posible que ningún mando le advirtiera de que, entre la equipación guerrera, hay que echar siempre una bobina de hilo.
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