domingo, 31 de octubre de 2010

El último testimonio de Unamuno

Unamuno (Breve biografía)


Cuelgo este curioso vídeo, realizado por alumnos del colegio Ayalde, sobre Unamuno, un tipo atrabiliario que pasará a la historia más que por sus contradicciones y sus obras por el coraje demostrado en el Aula Magna de la universidad de Salamanca, de la que era rector, en la inauguración del curso de 1936. Allí, tras el estremecedor grito del legionario Millán Astray, ¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia!, replicó: Venceréis, pero no convenceréis.

Azorín



De Azorín, con la mala leche ibérica tradicional, alguien dijo que sus frases eran cortas como su mente, pero con independencia del juicio que a cada cual le merezca su deriva política, y aun admitiendo que su figura palidece ante la de sus compañeros de generación, Baroja, Machado, Unamuno, Valle-Inclán..., no hay que negarle el indudable mérito de haber aportado algún ensayo, el del Quijote o el de los pueblos castellanos, sin ir más lejos, así como alguna obra de carácter autobiográfico, dignos de tener en cuenta. En cualquier caso, tal vez su mayor mérito fuese sobrevivir a las andanadas iracundas que don Pío Baroja lanzaba contra todo bicho viviente. En este vídeo se le ve ya muy mayor, pero el documento merece la pena.

viernes, 29 de octubre de 2010

Artículo de Quim Monzó, para comentar

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¿Por qué no voy al teatro? Pues por diversas cosas. Porque siento vergüenza por los actores que están en el escenario, por ejemplo. No sólo por si lo hacen bien o mal, sino porque es aterrador que la respuesta del público se convierta en veredicto. Yo dejé de colaborar en televisión porque, en el programa en el que intervenía, había una grada con público. Yo decía mis cosas ¡y a veces ellos reían! En radio tienes sólo un micro delante, y si en casa la gente ríe o llora no te enteras. Pero, en el plató, ese público se convierte en juez de tu actuación. Si entienden lo que dices y reaccionan, queda que lo has hecho bien. Si un día no reaccionan queda como que lo has hecho mal, aunque lo que en realidad suceda es que no han captado los dobleces de lo dicho. Eso es injusto.

No voy al teatro desde que se puso de moda que los actores bajasen del escenario y se metiesen con los espectadores. No voy por los sonsonetes, las cantarelles, las voces impostadas, los actores que sobreactúan... A los que sobreactúan no tendrían que llamarles actores. Actores son los que hacen su papel y punto. Los que sobreactúan deberían llamarse sobreactores. No me imagino a James Gandolfini en un bar, diciendo con tono impostado: "Sisplaau, caambreer... ¿Que em podrííeu posaaaar un carajiiillo de conyaac...?". No voy porque se nota que fingen. No son el Dux de Venecia, ni Madre Coraje. Lo simulan. Un actor de verdad es el mangui que en el chaflán de Sepúlveda y Viladomat te aborda, te explica que le han robado la cartera y que necesita veinte euros para coger el tren y volver a Tarragona. Tú dudas. Eso sí que es un actor. Sobre todo si finalmente le das los veinte euros y al cabo de dos días te lo vuelves a encontrar en otro cruce de calles, repitiendo la misma mentira.

No voy al teatro porque nunca me han gustado los grupos. No me gustan las cenas con más de cuatro personas, ni las reuniones, ni las fiestas. ¿Cómo me va a gustar el teatro, si está lleno de gente que a veces tose, estornuda y carraspea? He dejado de ir al cine más o menos por lo mismo. Eso sí: hay que reconocer una ventaja clara a favor del teatro. En los teatros no tienes al lado gente que no para de comer cacahuetes tostados, provista además de enormes vasos de Coca-Cola con pajitas de las que van chupando constante y ruidosamente.

jueves, 28 de octubre de 2010

Modernismo

Modernismo (Características).

   El Modernismo es un movimiento literario que surgió en Hispanoamérica y se introdujo en España a través del escritor nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), cuyo libro Azul (1888) supuso para la poesía española el principio de la renovación.

   a) El origen de este movimiento está muy relacionado con dos escuelas poéticas francesas:

      - El Parnasianismo, que buscaba la belleza formal. De ahí el gusto del Modernismo por el verso brillante, sonoro y bien construido.
      - El Simbolismo, según el cual la poesía debía estar presidida por la musicalidad, el intimismo y lo oculto tras el símbolo.

   b) La temática gira en torno a los siguientes ejes:

      - El deseo de huida de la realidad, buscando países exóticos y lugares idealizados, así como épocas remotas y personajes mitológicos y legendarios.
      - El sentimentalismo y la melancolía, mediante los cuales el poeta expresa su intimidad.
      - La exaltación de la figura del artista como ser que busca la suprema belleza.
      - El erotismo, como superación de los prejuicios burgueses y símbolo de los personajes de la mitología clásica.
      - El progresivo acercamiento a la realidad indígena y a la Edad Media, como símbolos de la nostalgia por un pasado legendario e idealizados.

   c) Uso de un nuevo vocabulario. Se busca crear belleza por medio de la palabra, con un vocabulario especial y sugerente, sonoro y colorista. Se incorporan neologismos, cultismos, préstamos del francés, americanismoss y arcaísmos. Hay que resaltar la adjetivación expresiva y evocadora usada para crear ambientes inigualables.

   d) Aparición de nuevos recursos retóricos, como la sinestesia y el símbolo. También utilizan recursos tradicionales como el hipérbaton, las imágenes o la aliteración.

   e) Utilización de nuevos esquemas métricos. Se renueva el uso del alejandrino, el eneasílabo o el dodecasílabo. Se modifican o inventan nuevas estrofas, como los quintetos dodecasílabos o los sonetos de arte menor. Se distribuyen los acentos en el verso según el efecto que se pretende conseguir. Se utilizan rima asonante, consonante y versos libre

Palabras para Julia (y para N., que se nos va, y para E., que se nos queda)

miércoles, 27 de octubre de 2010

Moliére

Paradojas de la vida: el pobre Moliére murió mientras representaba El enfermo imaginario, obra en la que satiriza a los hipocondríacos. En su última representación iba vestido de amarillo, lo que convirtió este color en algo gafe y provocó la superstición eterna de los actores. Eso sí, antes de morir nos dejó un puñado de personajes inolvidables, con el mítico Tartufo, símbolo de la hipocresía, a la cabeza. La nobleza y el clero lo odiaron a muerte, como era de prever, y de no haber sido por el apoyo incondicional del rey, Luis XIV, nadie habría dado un centavo por su supervivencia.

Moliere trailer

Un artículo de Pérez Reverte

  Corsés góticos y cascos de walkiria
 
 


No soy muy aficionado a la música, excepto cuando una canción –copla, tango, bolero, corrido, cierta clase de jazz– cuenta historias. Tampoco me enganchó nunca la música metal. Me refiero a la que llamamos heavy o jevi aunque no siempre lo sea, pues ésta, que fue origen de aquélla, es hoy un subestilo más. Siempre recelé de los decibelios a tope, las guitarras atronadoras y las voces que exigen esfuerzo para enterarse de qué van. Las bases rítmicas, el intríngulis de los bajos y las cuerdas metaleros, escapan a mi oído poco selectivo. Salvo algunas excepciones, tales composiciones y letras me parecieron siempre ruido marginal y ganas de dar por saco, con toda esa parafernalia porculizante de Satán, churris, motos y puta sociedad. Incluidas, cuando se metían en jardines ideológicos, demagogia de extrema izquierda y subnormalidad profunda de extrema derecha. Etcétera.

Sin embargo, una cosa diré en mi descargo. De toda la vida me cayeron mejor esos cenutrios largando escupitajos sobre todo cristo que los triunfitos relamidos, clónicos y saltarines, tan rubios, morenos, rizados y relucientes ellos, tan chochidesnatadas ellas, con sus megapijerías, sus exclusivas de tomate y papel cuché, y toda esa chorrez envasada en plástico y al vacío. Al menos, concluí siempre, los metaleros tienen rabia y tienen huevos, y aunque a veces tengan la pinza suelta y hecha un carajal, éste suele ser de cosas, ideas, fe o cólera que les dan la brasa y los remueven, y no de cuántas plazas será el garaje de la casa que comprarán en Miami cuando triunfen y puedan decir vacuas gilipolleces en la tele como Ricky, como Paulina, como Enrique.

Pero de lo que quiero hablarles hoy es de música metal. Ocurre que en los últimos tiempos –a la vejez, viruelas– he descubierto, con sorpresa, cosas interesantes al respecto. Entre otras, que esa música se divide en innumerables parcelas donde hay de todo: absurda bazofia analfabeta y composiciones dignas de estudio y de respeto. Aunque parezca extraño y contradictorio, la palabra cultura no es ajena a una parte de ese mundo. Si uno acerca la oreja entre la maraña de voces confusas y guitarras atronadoras, a veces se tropieza con letras que abundan en referencias literarias, históricas, mitológicas y cinematográficas. Confieso que acabo de descubrir, asombrado, entre ese caos al que llamamos música metal, a grupos que han visto buen cine y leído buenos libros con pasión desaforada. Ha sido un ejercicio apasionante rastrear, entre estruendo de decibelios y voces a menudo desgarradas y confusas, historias que van de las Térmópilas a Sarajevo o Bagdad, incluyendo las Cruzadas, la conquista de América o Lepanto. Como es el caso, verbigracia, de Iron Maiden y su Alexander the Great. La mitología –Virgin Steele, por ejemplo, y su incursión en el mundo griego y precristiano– es otro punto fuerte metalero: Mesopotamia, Egipto, La Ilíada y La Odisea, el mundo romano o el ciclo artúrico. Ahí, los grupos escandinavos y anglosajones que cantan en inglés copan la vanguardia desde hace tiempo; pero es de justicia reconocer una sólida aportación española, con grupos que manejan eficazmente la fértil mitología de su tierra: Asturias, País Vasco, Cataluña o Galicia. Tampoco el cine es ajeno al asunto; las películas épicas, de terror o de ciencia ficción, La guerra de las galaxias, Blade Runner, Dune, las antiguas cintas de serie B, afloran por todas partes en las letras metaleras. Lo mismo ocurre con la literatura, desde El señor de los anillos hasta La isla del tesoro o El cantar del Cid. Todo es posible, al cabo, en una música donde el Grupo Magma canta en el idioma oficial del planeta Kobaia –que sólo ellos entienden, los jodíos– mientras otros lo hacen en las lenguas de la Tierra Media. Donde Mago de Oz alude –La cruz de Santiago– al capitán Alatriste y Avalanch a Don Pelayo. Donde los segovianos de Lujuria lo mismo ironizan sobre la hipocresía de la Iglesia católica en cuestiones sexuales que largan letras porno sobre Mozart y Salieri o relatan, épicos, la revuelta comunera de Castilla. Y es que no se trata sólo de estrambóticos macarras, de rapados marginales y suburbanos, de pavas que cantan ópera chunga con corsé gótico y casco de walkiria. Ahora sé –lamento no haberlo sabido antes– que la música metal es también un mundo rico y fascinante, camino inesperado por el que muchos jóvenes españoles se arriman hoy a la cultura que tanto imbécil oficial les niega. El grupo riojano Tierra santa es un ejemplo obvio: su balada sobre el poema La canción del Pirata consiguió lo que treinta años de reformas presuntamente educativas no han conseguido en este país de ministros basura. Que, en sus conciertos, miles de jóvenes reciten a voz en grito a Espronceda, sin saltarse una coma.

martes, 26 de octubre de 2010

Realismo y Naturalismo

http://www.auladeletras.net/material/real.pdf

Autores realistas

IV. El Realismo: autores

1.  Benito Pérez Galdós (1843-1920)

Benito Pérez Galdós nació en Las Palmas de Gran Canaria, pero fue en Madrid donde desarrolló su labor literaria, llegando a ser un profundo observador de esta ciudad. Aunque no se interesó especialmente por la política, se acercó al socialismo. Sus últimos años fueron tristes, debido a la ceguera que padeció, las dificultades económicas, algunos fracasos teatrales y la oposición de sus enemigos a que se le concediera el Premio Nobel.
Es el autor más fecundo de la literatura española y su obra representa un testimonio de la vida del siglo XIX, dejando reflejadas en ellas todas las capas sociales y todos los acontecimientos de la época. Esta extensa obra puede clasificarse en tres grupos:
  • El de los Episodios Nacionales, donde se recoge la historia novelada del siglo XIX en cinco series de diez títulos cada una, la última incompleta.
  • El de las novelas de la primera época, unas de tipo histórico (La fontana de oro) y otras de las llamadas de tesis, en donde se opone un mundo tradicional y conservador al moderno (Doña Perfecta).
  • El de las novelas españolas contemporáneas, que suponen un amplio retrato de la sociedad madrileña de la época con una técnica plenamente realista. En este grupo se encuadraría Fortunata y Jacinta: Juanito Santa Cruz, de familia de alta clase media, tiene relaciones con Fortunata, joven de condición humilde, perteneciente al pueblo llano, vital y espontánea. No obstante estas relaciones, Juanito se casa con su prima Jacinta y sigue sus relaciones con Fortunata quien lleva una vida mísera y muere dejando un hijo de Santa Cruz que adopta Jacinta. La esposa, Jacinta, representa las virtudes burguesas y Fortunata, la amante, la fuerza instintiva del pueblo.

2. Leopoldo Alas, Clarín (1852-1901)

Clarín nació en Zamora, pero se sintió profundamente asturiano y en Oviedo pasó la mayor parte de su vida y allí moriría. Hombre de grandes inquietudes espirituales, se sintió siempre muy crítico frente al catolicismo tradicional. Su labor intelectual se traduce en una importante actividad crítica y una obra narrativa no muy amplia, pero excepcional.
Además de la creación de más de setenta cuentos y novelas cortas, Clarín también cultivó la novela larga que comienza con La Regenta y continúa con Su único hijo (1890) y Cuesta abajo (1890-91). No obstante, ninguna alcanza la importancia de la primera.
La Regenta, publicada en 1885, una de las más importantes novelas de la literatura española, muestra a la vez graves problemas humanos y un gran panorama social a través de una ciudad de provincias. Su argumento se puede resumir, sin embargo, en pocas líneas: Ana Ozores, casada con el anterior Regente de la Audiencia de Vetusta (Oviedo), don Víctor Quintanar, hombre mayor que no le presta demasiada atención. El mundo asfixiante en que vive y su temperamento insatisfecho hacen que “la Regenta” se deje llevar por la religiosidad que le ofrece el Magistral de la catedral, don Fermín de Pas, hombre raro y ambicioso, y la sensualidad romántica del seductor local, don Álvaro Mesía, a quien finalmente se entrega y que provoca el duelo entre don Álvaro y su marido. Muere este último y Ana se ve rechazada por todos.
[^]

V. Obras de la literatura occidental: Ana Karenina

Ana Karenina es una de las novelas del autor ruso León Tolstoi, escritas entre 1873 y 1877. En ella se nos presenta una mujer, Anna Karénina -que durante años había sido esposa fiel, unida a un alto funcionario imperial, Aleksei Karenin-, marcada por la pasión y el arrebato. Anna se enamora ciegamente del oficial Vronski, al que se entrega sin miramientos. Anna abandona su casa, transgrediendo así todas las reglas morales y las convenciones que la sociedad y la religión imponen a una mujer casada. Es obligada a abandonar a su hijo y se ve marginada por la alta sociedad. Vive un tiempo de felicidad al lado de Vronski, con quien se instala en el extranjero, para volver luego a Rusia al lado de su hijo, quien se cree que su madre ha muerto. Después Anna se enfrenta al vacío: Karenin le ha negado el divorcio y Vronski la ha engañado. La imagen final de la protagonista se nos muestra cuando camina indecisa y autómata por el andén de la estación del pueblo donde su amante vive otra aventura.
Se puede decir que la novela de Tolstoi es una novela de homenaje a la pasión en la que, más que acciones externas, se explora el estado de ánimo de los personajes que se manifiesta a través de la desesperación, el rapto, el enajenamiento o los celos.

Realismo

Realismo (Características).

   El Realismo surge en Europa a partir de 1850, cuando se observa un alejamiento progresivo de las formas de vida y mentalidad románticas. El apego a la realidad y el sentido práctico de la burguesía condicionan el ambiente que será visto con conformismo o con desacuerdo por los escritores.

1. – Características ideológicas:

   En cuanto a lo ideológico, sigue prevaleciendo el Liberalismo, concepto político iniciado por los románticos, pero se distinguen dos vertientes: un liberalismo moderado, propio de la burguesía asentada; y un liberalismo progresista propio de los sectores más dinámicos e inquietos.

   Entre el proletariado, que va surgiendo paralelamente con la industrialización, se introducen doctrinas revolucionarias como el socialismo, el comunismo y el anarquismo.

   Por otra parte, surgen nuevas corrientes de pensamiento:

   - El Determinismo que considera que todos los hechos están sometidos a unas leyes necesarias y universales, según las cuales dichos hechos, en iguales condiciones, producen idénticos efectos.
   - El Positivismo defiende la teoría de que el conocimiento ha de basarse en la observación rigurosa y en la experimentación. Tal corriente influyó en todos los campos del saber: medicina, psicología, economía, etc.

2. – Características literarias:

   El Realismo se caracteriza por:

   - La observación y reproducción rigurosa de la realidad.
   - Una temática centrada en la vida cotidiana.
   - Con frecuencia, la crítica con intención social o moral sobre las lacras de la realidad que presenta.
   - La objetividad como ideal del novelista , aunque a veces introduzca juicios y observaciones personales.
   - Descripción minuciosa y detallada de costumbres, caracteres y ambientes.
   - Utilización de una prosa sobria, a veces cuidada, a veces familiar. Los diálogos se adaptan a las características del personaje.
   - Empleo del estilo indirecto libre, mezcla del estilo directo y del estilo indirecto, para reproducir los pensamientos o sensaciones de los personajes dentro del discurso del narrador, evitando los verbos de lengua (dijo, pensó, sintió) y el nexo que. De esta manera el lector se introduce en el interior de los personajes.

sábado, 23 de octubre de 2010

Realismo y Naturalismo

http://www.unm.edu/~hookster/Definitions%20of%20Realism%20and%20Naturalism.pdf

Los buenos soldados, de David Finkel

Los buenos soldados

         Si ciertos dirigentes políticos, sobre todo quienes exhiben un patriotismo a ultranza entreverado con generosas dosis de sólida fe cristiana, se preocupasen lo más mínimo por ser consecuentes con sus cacareados principios, no enviarían impunemente a muchachos de 19 años a morir y matar en aras de una geopolítica que oculta en realidad bastardos intereses económicos. De eso, del envío de adolescentes norteamericanos a un barrio de Bagdad, Rustamiya, por donde no aparecen los líderes mundiales en sus fugaces visitas, ni siquiera el tiempo justo para salir en los telediarios un par de minutos, es de lo que trata el excelente libro de David Finkel, Los buenos soldados. Durante ocho meses, este periodista galardonado con el premio Pulitzer por su cobertura de otra guerra, esta vez en Yemen, comparte el día a día de un batallón, los Rangers del 2-16, dirigido por el disciplinado coronel Kauzlarich, y nos relata con un hiperrealismo desolador, en trece capítulos, encabezados cada uno de ellos por un fragmento de los discursos del entonces presidente George Bush, catorce días concretos de su actividad, en los que mueren otros tantos militares. El catálogo presenta un variopinto surtido de horrores, desde cuerpos calcinados, mutilaciones varias, el deslizamiento fulgurante hacia las regiones de la locura y la desesperación, el miedo incrustado en las entrañas, hasta la sinrazón más absoluta, la pérdida de todo sentido, de cualquier argumentación inteligente que sirva para explicar la macabra danza de la muerte, con unos soldados que tenían que protegerse del asedio y la hostilidad continuos de un país, Irak, al que supuestamente estaban liberando.
            Estremece sobremanera el conocimiento del trasfondo familiar, los sentimientos de las viudas y mujeres que esperaban su retorno, el de los soldados, sanos y salvos, a su país de origen, Estados Unidos, como también estremece, y subleva, enfurece, irrita, el absoluto contraste entre las triunfalistas declaraciones de Bush y la cruda realidad que el batallón estaba viviendo, la forma obscena en que los hechos eran ignorados, la indecente y macabra manera en que maquillaban las estadísticas y prostituían la verdad. Finkel tiene el mérito incuestionable de actuar como un guía profesional en este viaje al corazón de las tinieblas, sin tomar partido, limitándose a reproducir, con la fidelidad de un espejo, la otra cara de la luna. Aquel infierno, ¿recuerdan?, empezó a configurarse con una publicitada foto de tres sonrientes estadistas en unas islas atlánticas, las Azores.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Volverán las oscuras golondrinas


http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras?portal=0&Ref=3820&audio=55 

Romanticismo

I. Características generales del Romanticismo (primera mitad del S. XIX)

1. Introducción

El Romanticismo es un movimiento cultural y literario que tuvo lugar en la primera mitad del siglo XIX, tanto en Europa como en América. Dicho movimiento supone una reacción total a la razón impuesta por el Neoclasicismo, dando prioridad a los sentimientos, a las emociones, a la fantasía y al ideal.
En España, dadas las circunstancias políticas del país, el Romanticismo, propiamente dicho, tuvo escasa duración, llegando a su máximo apogeo en torno a 1835. Hubo un segundo Romanticismo hacia 1860, gracias a las dos grandes figuras que más adelante veremos: Bécquer y Rosalía de Castro.

2. Ideología

La mentalidad romántica se caracteriza, en líneas generales, por lo siguiente:
  • El deseo de libertad, que se manifestará en la lucha del hombre romántico contra el absolutismo, en el rechazo a las normas hasta ahora vigentes y en su deseo de manifestarse libremente.
  • El fuerte individualismo que se observa en el hombre romántico, reflejado en una fuerte personalidad, así como en el sentimiento de creerse el centro del universo.
  • El idealismo, que es el motor del romántico en busca de cumplir deseos inalcanzables a veces, relacionados con la patria, el amor o la justicia.
  • El desengaño, provocado por no poder alcanzar dichos ideales en la realidad en la que viven, lo que provoca la evasión, e incluso el suicidio.

3. Características literarias

En la literatura romántica se refleja la forma de ser del hombre romántico y se manifiesta a través de las siguientes características:
  • Aparición de los protagonistas que se encuentran al margen de la ley o que no aceptan las normas de la sociedad: el mendigo, el pirata, el verdugo, el cosaco, el reo, etc.
  • La mezcla, en poesía, de distintas formas métricas e, incluso, del verso y de la prosa.
  • La ruptura, en teatro, de las reglas de las tres unidades (tiempo, lugar y acción), recuperadas por los neoclásicos, la mezcla de lo trágico y lo cómico, la desaparición de la verosimilitud y el carácter moralizante, el final trágico, la aparición de elementos extraños, etc.
  • El gusto por el ambiente nocturno, tenebroso, la aparición de una naturaleza violenta y desatada, relacionada con el sentimiento exaltado del romántico.
  • La fuerte personalidad de los personajes.
  • La ambientación de las obras en lugares exóticos o lejanos en el tiempo, derivada del gusto por la evasión.
  • El poco aprecio a la vida, que se observa en la aparición de la muerte e, incluso, el suicidio.
  • La aparición de elementos fantásticos, muchas veces relacionadas con el sueño y el subconsciente.

II. El Romanticismo: autores


1. José de Espronceda (1808-1842)


Nació en Almendralejo (Badajoz). De muchacho fundó una sociedad para luchar contra el absolutismo, por lo cual estuvo en prisión. Tres años después se unió con los románticos liberales en Lisboa. Se enamora de Teresa Mancha, la sigue a Inglaterra para vivir después en Bélgica y Francia. Rapta a Teresa, ya casada, y vuelve a Madrid, donde se acoge a una amnistía. Es abandonado por Teresa, ejerce como diplomático y diputado, muere a los treinta y cuatro años, enamorado otra vez, a punto de casarse.
Espronceda representa el Romanticismo más exaltado. Es autor de un poema épico, El Pelayo, una novela histórica, Sancho Saldaña, y de teatro, Blanca de Borbón, pero donde resalta es como poeta, con composiciones célebres como “La canción del pirata” y, sobre todo, con sus obras poéticas más importantes: El estudiante de Salamanca y El diablo mundo.

El estudiante de Salamanca es una obra formada por casi dos mil versos de distinta medida y estrofas. Narra los crímenes de don Félix de Montemar, quien una noche se encuentra con la sombra de Elvira, antigua amada suya, abandonada por él y que muere de pena. Él la persigue por las calles de Salamanca hasta adentrarse en el mundo de ultratumba donde tiene lugar el desposorio de Montemar con el esqueleto de Elvira y la muerte del novio. Es el mejor poema narrativo del siglo XIX.

2. Duque de Rivas (1791-1865):

Ángel de Saavedra, duque de Rivas, nacido en Córdoba, complementó dos facetas a lo largo de su vida, la de político y la de escritor. Exiliado en Londres, Italia y París fue liberal en su juventud para mostrarse más conservador con el paso del tiempo.
Además de por su dedicación a la poesía, con poemas narrativos como El moro expósito, ambientado en la Edad Media, suele ser más conocido por su drama romántico, de tintes trágicos, Don Álvaro o la fuerza del sino. En él se observan rasgos típicamente románticos: la aparición de la muerte y del amor apasionado; la combinación de verso y prosa, lo cual no obedece a un cambio en la situación dramática ni se adecúa al contenido de la escena, sino que es algo caprichoso; la división en jornadas y no en actos; el dinamismo de la acción; los ambientes, etc.
El argumento de la obra es el siguiente: Don Álvaro, de origen desconocido, enamora a Leonor, hija del marqués de Calatrava, quien se opone a estos amores. Una noche que acude a su habitación para raptarla y huir juntos, aparece el marqués, a quien don Álvaro mata accidentalmente. Desesperado marcha a Italia donde encuentra a don Carlos, hermano de Leonor, con quien se bate en duelo, contra su voluntad. Vuelve a España e ingresa en un convento, del que queda cerca una cueva en la que vive Leonor, vestida de hombre, pasándose por un ermitaño. D. Alfonso, el otro hijo del marqués sigue hasta allí a don Álvaro. Aquél descubre a su hermana, la mata y el protagonista, entre los rayos y truenos de una tempestad, se lanza por un precipicio mientras los frailes del monasterio cantan un Miserere.

3. José Zorrilla (1817-1893)

José Zorrilla nació en Valladolid y muy joven se dio a conocer como poeta, en el entierro de Larra. Viajó por Europa y desempeñó cargos en México. Ingresó en la Real Academia en 1869 y fue coronado como poeta en 1889.
En 1837 publicó su primer libro, Poesías, y comenzó su carrera dramática, por la que principalmente es conocido, gracias a Don Juan Tenorio, cuya popularidad ha perdurado a lo largo del tiempo. En esta obra desarrolla el famoso mito del don Juan, presente en la literatura de todos los tiempos. El autor, con el desarrollo que plantea, da un tono tradicionalista y conservador a la historia, a través de la conversión religiosa del seductor y su salvación cristiana a través del amor. La obra está dividida en dos partes, de cuatro y tres actos, respectivamente. La acción se desarrolla en Sevilla, en donde se reúnen don Juan y don Luis Mejía para hablar de sus conquistas. Al oír tantas fechorías, el padre de la prometida de don Juan anula su compromiso y doña Inés es ingresada en un convento, de donde la saca don Juan ayudado por la criada Brígida. Sorprendido por el padre de la mujer cuando le está declarando su amor a la dama, don Juan mata al padre sin querer y huye.

4. Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)

Gustavo Adolfo Bécquer nació en Sevilla. Quiso ser pintor, como su padre y su hermano antes de descubrir su vocación literaria e instalarse en Madrid. Su vida fue azarosa: contrajo la tuberculosis a los veintidós años, se enamoró de dos mujeres que no le correspondieron y se casó con Casta Esteban con la que tuvo dos hijos. Su esposa le es infiel y el matrimonio se separa. Poco antes de morir, a los treinta y cuatro años, se reconcilió con su mujer.
Bécquer, junto a Rosalía de Castro, representa el romanticismo tardío o postromanticismo en España, caracterizado por la inclinación a un lirismo intimista, sencillo en la forma y escaso de adornos, que resalta el profundo sentir del poeta. Esta visión poética es distinta a la del primer Romanticismo, exaltado y gesticulante, de Espronceda.
La obra que ha dado importancia como lírico a Bécquer son las Rimas, ochenta y cuatro composiciones breves, con rima asonante, por lo general, y metros variados. En ellas vuelca sus opiniones y vivencias: sus ideas poéticas, sus experiencias amorosas, la desesperación y desolación de sus últimos años.
Pero, al igual que un excelente lírico, Bécquer fue un excelente prosista, con obras como las Leyendas, veintiocho relatos con muchos elementos románticos (el amor imposible, la muerte, el pasado medieval, los paisajes tenebrosos y fantásticos, lo sobrenatural, etc.)

5. Rosalía de Castro (1837- 1885)

Rosalía de Castro nació en Santiago de Compostela. Fue hija ilegítima y contrajo matrimonio con un notable historiador gallego. La escritora, cuya vida estuvo llena de penalidades, murió joven en Iria Flavia, término municipal de Padrón, donde se la considera como algo propio.
Como se ha dicho más arriba, se observa una gran relación entre Rosalía y Bécquer en cuanto al profundo sentimiento que ambos poetas transmiten, si bien el sevillano es más austero en medios expresivos y en la utilización de menos variedad temática que la gallega.
De Rosalía, destacan los siguientes libros de poesía: Cantares galegos (1863), donde aparece la añoranza de Galicia, desde su estancia en Castilla; Follas novas (1880), en el que se muestran los sentimientos de dolor y desengaño; y En las orillas del Sar (1884), libro fundamental para descubrir la atormentada intimidad de la poetisa.

lunes, 18 de octubre de 2010

7. El pistolerismo. Fragmento La verdad sobre el caso Savolta.

Eduardo Mendoza

Periódicamente, el novelista Eduardo Mendoza declara que la novela, como género literario, ha muerto. Y periódicamente, nos sorprende con una nueva (y buena) novela, de modo que uno no sabe a qué atenerse, si al gori-gori del réquiem o a los centenares de ejemplares que nos saludan desde los escaparates de las librerías. Sea como fuere, creo que la aparente contradicción en los términos no es sino una más de sus muestras de humor socarrón, presto siempre a la paradoja y la ambivalencia. Viene esto a cuento porque hace unos días le han dado el premio Planeta. Al premio Planeta le pasa como a los Reyes Magos, solo que aquí no son los padres, sino el editor Lara. No culpo a Mendoza por haberse sometido al juego: por 600.000 euros más de uno estaría dispuesto a vender su alma al diablo (otra cosa es que el diablo, seguramente afectado también por los recortes financieros, podría permitirse el lujo de comprarla). En fin, que premios al margen, es una magnífica noticia que este veterano autor, padre de obras tan formidables como La ciudad de los prodigios o La verdad sobre el caso Savolta, sin olvidarnos de las delirantes Sin noticias de Gurb, El laberinto de las aceitunas o El misterio de la cripta embrujada, nos siga regalando su prosa artesanal y sus historias intrigantes y cautivadoras. Larga vida a la novela (y a Mendoza).

domingo, 17 de octubre de 2010

Primeros párrafos

El primer párrafo de una novela marca el tono, la cadencia, el ritmo del resto de la obra. Algunos primeros párrafos son sencillamente memorables. He aquí algunos.

Cien años de soledad (1967), Gabriel García Márquez


Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades.Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, Edición de Jacques Joset, Madrid, Cátedra, 1996.


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Rayuela (1963), Julio Cortázar


¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.Julio Cortázar, Rayuela, Barcelona, Edhasa, 1981.


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Pedro Páramo (1955), Juan Rulfo


Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo —me recomendó—. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.» Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Todavía antes me había dicho:
—No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
—Así lo haré, madre.
Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.Juan Rulfo, Pedro Páramo, Edición de José Carlos González Boixo, Madrid, Cátedra, 1997.


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La colmena (1969), Camilo José Cela


No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante.
Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su tremendo trasero. Doña Rosa dice con frecuencia leñe y nos ha merengao. Para doña Rosa, el mundo es su café, y alrededor de su café, todo lo demás. Hay quien dice que a doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la primavera y las muchachas empiezan a andar de manga corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa no hubiera soltado jamás un buen amadeo de plata por nada de este mundo. Ni con primavera ni sin ella. A doña Rosa lo que le gusta es arrastrar sus arrobas, sin más ni más, por entre las mesas. Fuma tabaco de noventa, cuando está a solas, y bebe ojén, buenas copas de ojén, desde que se levanta hasta que se acuesta. Después tose y sonríe. Cuando está de buenas, se sienta en la cocina, en una banqueta baja, y lee novelas y folletines, cuanto más sangrietos, mejor: todo alimenta.Camilo José Cela, La colmena, Edición de Jorge Urrutia, Madrid, Cátedra, 1997.












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La familia de Pascual Duarte (1942), Camilo José Cela


Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquéllos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie ha de borrar ya.Camilo José Cela, La familia de Pascual Duarte, Barcelona, Destino, 1995.


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El Aleph (1949), Jorge Luis Borges


O God, I could be bounded in a nutshell and count myself a King of infinite space.
Hamlet, II, 2

But they will teach us that Eternity is the Standing still of the Present Time, a Nunc-stans (as the Schools call it); which neither they, nor any else understand, no more than they would a Hic-stans for an infinite greatness of Place.
Leviathan, IV, 46
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta, yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación. Consideré que el treinta de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez ineludible.
Jorge Luis Borges, El Aleph, Madrid, Alianza / Emecé, 1991.








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La ciudad y los perros (1963), Mario Vargas Llosa


—Cuatro —dijo el Jaguar.
Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que el globo de luz difundía por el recinto, a través de escasas partículas limpias de vidrio: el peligro había desaparecido para todos, salvo para Porfirio Cava. Los dados estaban quietos, marcaban tres y uno, su blancura contrastaba con el suelo sucio.
—Cuatro —repitió el Jaguar—. ¿Quién?
—Yo —murmuró Cava—. Dije cuatro.
—Apúrate —replicó el Jaguar—. Ya sabes, el segundo de la izquierda.
Cava sintió frío. Los baños estaban al fondo de las cuadras, separados de ellas por una delgada puerta de madera, y no tenían ventanas. En años anteriores, el invierno sólo llegaba al dormitorio de los cadetes, colándose por los vidrios rotos y las rendijas; pero este año era agresivo y casi ningún rincón del colegio se libraba del viento, que, en las noches, conseguía penetrar hasta en los baños, disipar la hediondez acumulada durante el día y destruir su atmósfera tibia. Pero Cava había nacido y vivido en la sierra, estaba acostumbrado al invierno: era el miedo lo que erizaba su piel.Mario Vargas Llosa, La ciudad y los perros, Barcelona, Seix Barral, Biblioteca de bolsillo, 1986.


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Platero y yo (1914), Juan Ramón Jiménez


Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas, mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
—Tien’asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.Juan Ramón Jiménez, Platero y yo, Edición de Michel P. Predmore, Madrid, Cátedra, 1995.


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Tiempo de silencio (1962), Luis Martín Santos


Sonaba el teléfono y he oído el timbre. He cogido el aparato. No me he enterado bien. He dejado el teléfono. He dicho: «Amador». Ha venido con sus gruesos labios y ha cogido el teléfono. Yo miraba por el binocular y la preparación no parecía poder ser entendida. He mirado otra vez: «Claro, cancerosa». Pero, tras las mitosis, la mancha azul se iba extinguiendo. «También se funden estas bombillas, Amador.» No; es que ha pisado el cable. «¡Enchufa!» Está hablando por teléfono. «¡Amador!» Tan gordo, y tan sonriente. Habla despacio, mira, me ve. «No hay más.» «Ya no hay más.» ¡Se acabaron los ratones! El retrato del hombre de la barba, frente a mí, que lo vio todo y que libró al pueblo ibero de su inferioridad nativa ante la ciencia, escrutador e inmóvil, presidiendo la falta de cobayas. Su sonrisa comprensiva y liberadora de la inferioridad explica —comprende— la falta de créditos. Pueblo pobre, pueblo pobre. ¿Quién podrá nunca aspirar otra vez al galardón nórdico, a la sonrisa del rey alto, a la dignificación, al buen pasar del sabio que en la península seca, espera que fructifiquen los cerebros y los ríos? Las mitosis anormales, coaguladas en su cristalito, inmóviles —ellas que son el sumo movimiento—. Amador, inmóvil primero, reponiendo el teléfono, sonriendo, mirándome a mí, diciendo: «¡Se acabó!». Pero con sonrisa de merienda, con sonrisa gruesa.Luis Martín Santos, Tiempo de silencio, Madrid, Barcelona, Seix Barral, 1993.


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Ficciones (1944), Jorge Luis Borges


Tlön, Uqbar, Orbis TertiusDebo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía; la enciclopedia falazmente se llamaba The Anglo-american Cyclopaedia (New York, 1917) y es una reimpresión literal, pero también morosa, de la Encyclopaedia Britannica de 1902. El hecho se produjo hará unos cinco años. Bioy Casares había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores —a muy pocos lectores— la adivinación de una realidad atroz o banal. Desde el fondo remoto del corredor, el espejo nos acechaba. Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo monstruoso. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres.
Jorge Luis Borges, Ficciones, Barcelona, Seix Barral, 1986, p. 11.











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Paradiso (1966), José Lezama Lima


La mano de Baldovina separó los tules de la entrada del mosquitero, hurgó apretando suavemente como si fuese una esponja y no un niño de cinco años; abrió la camiseta y contempló todo el pecho del niño lleno de ronchas, de surcos de violenta coloración, y el pecho que se abultaba y se encogía como teniendo que hacer un potente esfuerzo para alcanzar un ritmo natural; abrió también la portañuela del ropón de dormir, y vio los muslos, los pequeños testículos llenos de ronchas que se iban agrandando, y al extender más aún las manos notó las piernas frías y temblorosas. En ese momento, las doce de la noche, se apagaron las luces de las casas del campamento militar y se encendieron las de las postas fijas, y las linternas de las postas de recorrido se convirtieron en un monstruo errante que descendía de los charcos, ahuyentando a los escarabajos.
Baldovina se desesperaba, desgreñada, parecía una azafata que, con un garzón en los brazos iba retrocediendo pieza tras pieza en la quema de un castillo, cumpliendo las órdenes de sus señores en huida. Necesitaba ya que la socorrieran, pues cada vez que retiraba el mosquitero, veía el cuerpo que se extendía y le daba más relieve a las ronchas; aterrorizada, para cumplimentar el afán que ya tenía de huir, fingió que buscaba a la otra pareja de criados. El ordenanza y Truni, recibieron su llegada con sorpresa alegre. Con los ojos abiertos a toda creencia, hablaba sin encontrar las palabras, del remedio que necesitaba la criatura abandonada. Decía el cuerpo y las ronchas, como si los viera crecer siempre o como si lentamente su espiral de plancha movida, de incorrecta gelatina, viera la aparición fantasmal y rosada, la emigración de esas nubes sobre el pequeño cuerpo. José Lezama Lima, Paradiso, Edición de Eloísa Lezama Lima, Madrid, Cátedra, 1980.


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El Siglo de las Luces (1962), Alejo Carpentier


Detrás de él, en acongojado diapasón, volvía el Albacea a su recuento de responsos, crucero, ofrendas, vestuario, blandones, bayetas y flores, obituario y réquiem —y había venido éste de gran uniforme, y había llorado aquél, y había dicho el otro que no éramos nada...— sin que la idea de la muerte acabara de hacerse lúgubre a bordo de aquella barca que cruzaba la bahía bajo un tórrido sol de media tarde, cuya luz rebrillaba en todas las olas, encandilando por la espuma y la burbuja, quemante en descubierto, quemante bajo el toldo, metido en los ojos, en los poros, intolerable para las manos que buscaban un descanso en las bordas. Envuelto en sus improvisados lutos que olían a tintas de ayer, el adolescente miraba la ciudad, extrañamente parecida, a esta hora de reverberaciones y sombras largas, a un gigantesco lampadario barroco, cuyas cristalerías verdes, rojas, anaranjadas, colorearan una confusa rocalla de balcones, arcadas, cimborrios, belvederes y galerías de persianas —siempre erizada de andamios, maderas aspadas, horcas y cucañas de albañilería, desde que la fiebre de la construcción se había apoderado de sus habitantes enriquecidos por la última guerra de Europa. Alejo Carpentier, El siglo de las luces, Edición de Ambrosio Fornet, Madrid, Cátedra, 1982.


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Doña Bárbara (1929), Rómulo Gallegos


Un bongo remonta el Arauca bordeando las barrancas de la margen derecha.
Dos bogas lo hacen avanzar mediante una lenta y penosa maniobra de galeotes. Insensibles al tórrido sol los broncíneos cuerpos sudorosos, apenas cubiertos por unos mugrientos pantalones remangados a los muslos, alternativamente afincan en el limo del cauce largas palancas, cuyos cabos superiores sujetan contra los duros cojinetes de los robustos pectorales y encorvados por el esfuerzo le dan impulso a la embarcación, pasándosela bajo los pies de proa a popa, con pausados pasos laboriosos, como si marcharan por ella. Y mientras uno viene en silencio, jadeante sobre su pértiga, el otro vuelve al punto de partida reanudando la charla intermitente con que entretienen la recia faena, o entonando, tras un ruidoso respiro de alivio, alguna intencionada copla que aluda a los trabajos que pasa un bonguero, leguas y leguas de duras remontadas, a fuerza de palancas, o coleándose, a trechos, de las ramas de la vegetación ribereña.Rómulo Gallegos, Doña Bárbara, Edición de José Carlos González Boixo Madrid, Espasa Calpe, 1993.






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El señor presidente (1946), Miguel Ángel Asturias


...¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre! ¡Alumbra, lumbre de alumbre, sobre la podredumbre, Luzbel de piedralumbre! ¡Alumbra, alumbra, lumbre de alumbre..., alumbre..., alumbra..., alumbra, lumbre de alumbre..., alumbra, alumbre...!
Los pordioseros se arrastraban por las cocinas del mercado, perdidos en la sombra de la Catedral helada, de paso hacia la Plaza de Armas, a lo largo de calles tan anchas como mares, en la ciudad que se iba quedando atrás íngrima y sola.
La noche los reunía al mismo tiempo que a las estrellas. Se juntaban a dormir en el Portal del Señor sin más lazo común que la miseria, maldiciendo unos de otros, insultándose a regañadientes con tirria de enemigos que se buscan pleito, riñendo muchas veces a codazos y algunas con tierra y todo, revolcones en los que, tras escupirse, rabiosos, se mordían.Miguel Ángel Asturias, El señor presidente, Madrid, Alianza, 1989






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El túnel (1948), Ernesto Sábato


Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.
Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase «todo tiempo pasado fue mejor» no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que «todo tiempo pasado fue peor», si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza. ¡Cuántas veces he quedado aplastado durante horas, en un rincón oscuro del taller, después de leer una noticia en la sección policial! Pero la verdad es que no siempre lo más vergonzoso de la raza humana aparece allí; hasta cierto punto, los criminales son gente más limpia, más inofensiva; esta afirmación no la hago porque yo mismo haya matado a un ser humano: es una honesta y profunda convicción. ¿Un individuo es pernicioso? Pues se lo liquida y se acabó.Ernesto Sábato, El túnel, Edición de Ángel Leyva, Madrid, Cátedra, 1984.











 

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sábado, 16 de octubre de 2010

A walk into paradise

Tras las heridas sufridas en la II Guerra Mundial, el fotógrafo Eugene Smith estuvo dos años sin poder realizar una sola fotografía. Con la retina aún inundada por las dantescas imágenes bélicas, decidió que la primera que hiciera tras un silencio tan largo, representaría todo lo contrario a cuanto había visto en los campos de batalla. El nihilismo daría paso a la inocencia, la negrura a la luz, la muerte a la vida, el pasado al futuro. Se trataba de dejar atrás la sinrazón y el miedo, y para todo ello eligió a sus dos hijos como modelos. Ignoramos lo que el viaje iniciático que con tanta ligereza como decisión emprenden les deparará. Es un túnel de luz quien les reclama y convoca. Ellos, claro, lo ignoran, pero su padre, el propio fotógrafo, se ha quedado unos cuantos metros detrás para cubrirles las espaldas. Sabe que, después de todo, entre los árboles bien se puede hallar escondido algún ogro francotirador. En ese caso, prefiere ser él quien dispare primero.

miércoles, 13 de octubre de 2010

El mejor ensayo del mundo

El ensayo

ensayo

       
       
 
CARACTERÍSTICAS
 
         
     
El género que hoy se conoce con el nombre de ensayo es una modalidad literaria realizada en prosa a medio camino entre la producción artística y el tratado científico.
El término procede de la obra de Montaigne Essais de Messire Michel, seigneur de Montaigne, publicada en 1580. Con el término “Essais” quería decir que su libro exponía experiencias. Eran, efectivamente, 94 capítulos en que el autor trataba de sí mismo, de sus puntos de vista personales ante temas variadísimos: la amistad, los libros, la naturaleza humana.

Este nuevo género fue imitado por el inglés Francis Bacon, cuyos ensayos aparecieron en 1587. No tardó en difundirse por toda Europa. En España, el término ensayo, en esa acepción es muy tardío, pero el género quedó instaurado con las obras de fray Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764). El ensayismo cobra fuerza en el s. XIX con nombres como Larra, Clarín... pero será la Generación del 98 la que dé un nuevo giro al género. Unamuno lleva sus dudas y paradojas; Ortega su agudeza literaria.
Hoy el ensayo sirve para analizar aquellos aspectos y problemas que la sociedad tiene y ofrecer una reflexión sobre los mismos. Es un género muy ligado a las circunstancias de un momento histórico, y por tanto, acusa los cambios y alteraciones de cada época.
Se trata de un escrito en el que el autor presenta, a ser posible con originalidad, un tema cualquiera, destinado a lectores no especializados. Puede ser muy breve, o constar de varias páginas. Cualquier tema puede ser objeto de un ensayo. El tono adoptado puede ser serio, pero también humorístico y hasta satírico. Sus canales ordinarios de difusión son la prensa  y el libro.

Se trata de un género híbrido en el que se desarrolla el análisis de datos, hechos e informaciones objetivas tratados de un modo personal desde una perspectiva subjetiva. La combinación de objetivismo y subjetivismo es una de las características más destacadas. El ensayista expone y argumenta de un modo personal. En el ensayo, por cuanto no se dirige a lectores especializados, emplea un lenguaje animado de imágenes y recursos. Quienes lo cultivan suelen prestar una especial atención a la forma. Muchas veces el ensayista sacrifica el rigor científico y la exhaustividad para dar al texto un aire más ameno y dinámico y promover así  su difusión.

El ensayo se apoya básicamente en dos modos de discurso: la argumentación y la exposición. De todas formas no renuncia a otras formas expresivas como el diálogo, la descripción o la narración.
 
     
En  resumen, el ensayo es un género que...
  • Suele abordar temas humanísticos, filosóficos, sociológicos, históricos y científicos (variedad temática)
  • No tiene una estructura predeterminada (estructura libre)
  • Se expone y se valora un tema (enfoque subjetivo)
  • Breve