lunes, 18 de octubre de 2010
Eduardo Mendoza
Periódicamente, el novelista Eduardo Mendoza declara que la novela, como género literario, ha muerto. Y periódicamente, nos sorprende con una nueva (y buena) novela, de modo que uno no sabe a qué atenerse, si al gori-gori del réquiem o a los centenares de ejemplares que nos saludan desde los escaparates de las librerías. Sea como fuere, creo que la aparente contradicción en los términos no es sino una más de sus muestras de humor socarrón, presto siempre a la paradoja y la ambivalencia. Viene esto a cuento porque hace unos días le han dado el premio Planeta. Al premio Planeta le pasa como a los Reyes Magos, solo que aquí no son los padres, sino el editor Lara. No culpo a Mendoza por haberse sometido al juego: por 600.000 euros más de uno estaría dispuesto a vender su alma al diablo (otra cosa es que el diablo, seguramente afectado también por los recortes financieros, podría permitirse el lujo de comprarla). En fin, que premios al margen, es una magnífica noticia que este veterano autor, padre de obras tan formidables como La ciudad de los prodigios o La verdad sobre el caso Savolta, sin olvidarnos de las delirantes Sin noticias de Gurb, El laberinto de las aceitunas o El misterio de la cripta embrujada, nos siga regalando su prosa artesanal y sus historias intrigantes y cautivadoras. Larga vida a la novela (y a Mendoza).
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