
Puestos a sentir envidia de alguien (algo no estrictamente forzoso), uno la sentiría por este escritor de New Jersey, autor de un buen puñado de fascinantes novelas, donde la metaficción, el azar, la pérdida, la nostalgia y los problemas de identidad se suceden dentro de mecanismos estructurales aparentemente sencillos pero llenos de trucos de buen prestidigitador. Harto ya de que le criticasen por su supuesto posmodernismo, su última novela,
Sunset Park, sigue una trayectoria lineal, aunque no renuncia a su obsesión por los desfavorecidos, por quienes lo han perdido todo y nada ambicionan. En ella hay cabida para una historia de amor improbable, tipos curiosos que coleccionan las huellas del tiempo perdido, personan temerosas de morir aplastadas bajo el peso mastodóntico de la moral. Sí, no me importaría cambiar de aires una temporada e irme a vivir a su apartamento de ladrillo ocre en Brooklyn, suplantando su identidad, la de
Paul Auster.
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