En estos tiempos de tribulación y pesar, la poesía (y la literatura en general) es un magnífico refugio. Y entre los grandes poetas españoles se halla este hombre asediado por la enfermedad, por culpa de la cual tuvo que renunciar a una prometedora carrera como letrado. A cambio, ganamos a un escritor de primera línea, justamente galardonado con el Premio Nobel, en 1977. Perteneciente a una generación de figuras tan deslumbrantes como Lorca y Alberti, él, de natural discreto, llevó a cabo una labor sorda pero encomiable durante la larga noche franquista, sirviendo de anfitrión en su mítico chalé de Velintonia, 3, en Madrid, a todos quienes le demandaban consejo y orientación. Es de una justicia elemental reivindicar el nombre de aquellos que, como Vicente Aleixandre, se han distinguido por un tono elegante, en absoluto llamativo, pero que supieron volcar con maestría artesanal, en silencio, su vivir y su sinvivir en el molde de un poema para, años después, lograr que nos identifiquemos con sus versos y convirtamos sin esfuerzo el yo del poeta en un nosotros aglutinador e inclusivo.
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