viernes, 17 de diciembre de 2010

Y Platón se hizo carne


Cuentan que el conde de Servois, momentos antes de ser decapatido, observó el astil del hacha del verdugo y al comprobar que se trataba de una madera vulgar, musitó: qué falta de clase. Personalmente, preferiría que mi última visión antes de abandonar este mundo fuese como la de la imagen. Los brazos paralelos sujetando la cabeza, a la manera de un Atlante sofisticado, parecen sugerir una turbadora mezcla de pesadumbre y desafío. También el único ojo mostrado participa a la vez de un aire de desvalimiento e invitación a la sima del placer sin fronteras. Esa leve inclinación de la cara también puede ser bien un interrogante, bien la respuesta a nuestras plegarias. El rojo carmesí de los labios, la entrada a un laberinto sin salida o la ascensión a los cielos, a la manera platónica. Uno no sabe si acudir al rescate o emprender la huida antes de que ese rostro inmensamente bello nos calcine.
(Mi agradecimiento tanto a Guadalupe Sánchez, la fotógrafa, como a Isabel, la modelo).

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