martes, 30 de noviembre de 2010

El melocotón, de David Núñez

Que grandioso el día que, sin esperarlo, en el frutero de tu casa aparece por arte de magia esa roca del infierno que al cortarla te manchas, al comerlo escurre, al lavarte las manos no se despega de los dedos y al olerlo, apesta. Esa roca que la gente denomina naranja.
Es comprensible que no te apetezca tampoco comer ese simple conjunto de piel y carne que detestas nada más ver por su color amarillento como destello de ángel, por su glorioso sabor, su licor de oro en el interior que sale al masticar esos trozos perfectamente cortados. Esa fruta que la misma gente llama melocotón, esta sí es una fruta maligna, te llena de placer cual pacto con el diablo. En conclusión, quién fuera naranjo para tener envidia de esa nube que sin más molestia que la de pelar su fruto o lavarlo está listo para comer. No hay nada comparable con el placer de sentir su frescor de fruta veraniega en un caluroso día de piscina.

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