domingo, 14 de noviembre de 2010

Miguel Hernández

Dentro de unos días acabará la exposición sobre Miguel Hernández, (a quien en las enciclopedias tratan con cierto desdén, como un simple epígono de la Generación del 27), en la Biblioteca Nacional, de modo que aún estáis a tiempo de conocer algunos aspectos de su breve biografía. En la exposición se pueden ver numerosos manuscritos, fotos, cuadros, retratos, murales, carteles, incluso alguna escultura, y se repasa su vida desde la infancia en Orihuela hasta su muerte en la prisión de Alicante. Gracias a ella le he podido poner rostro a personas como Ramón Sijé, a quien dedicó la conmovedora elegía, a Benjamín Jarnés o a Manuel Altolaguirre. Son numerosos los escritores que aparecen en la fotografías: Alberti, Cernuda, Neruda, Aleixandre, Gerardo Diego, Dámaso Alonso. De todas ellas, las que más me han conmovido son la fotografías de Miguel Hernández en el frente de Somosierra, con su traje de miliciano, su rostro sin afeitar. y su fusil en bandolera. Como Machado, nunca quiso ni supo medrar, prefirió ser consecuente con sus ideas, y mientras sus compañeros de letras disfrutaban de dorados exilios, él se quedó junto a aquellos a quienes cantaba en sus poemas, los niños yunteros, el pueblo y su viento, los niños amamantados con sangre de cebolla. El mundo de la literatura está lleno de tartufos que cantan a la vez que desprecian a la gente de la calle, tipos que la usan como medio de prestigio social o para hacer caja a través de premios o canonjías. Por eso, una vez muertos, pocos les echan de menos: son los poetas como Machado o Hernández los que siguen vivos en nuestra memoria y en nuestro corazón.

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