lunes, 8 de noviembre de 2010

Valle-Inclán

Primo de Rivera llegó a definirlo como eximio escritor y extravagante ciudadano, y por Odín que fue ambas cosas. Verlo pasear por la calle de Alcalá con sus luengas barbas, manco, ataviado con capa, chambergo y chalina, discurseando con un acentuado ceceo, con su figura longínea, quijotesca, debía de ser un espectáculo digno de verse. Por si fuera poco, era de natural pendenciero, camorrista y provocador, lo que le llevó a una disputa acalorada con el periodista Manuel Bueno, de resultas de la cual se le gangrenó el brazo y hubo que amputarlo. Se hizo carlista por llevar la contraria, y porque borracho de esteticismo siempre añoró una vieja sociedad mitificada de caballeros, dragones y damas impolutas o depravadas, tanto le daba. Tras reivindicar en vano unos títulos nobiliarios que nunca tuvieron sus antepasados, penó por varios países, México e Italia, pasó hambre, vivió intensamente el mundo bohemio y aun así tuvo tiempo y talento para escribir obras como las Sonatas, Luces de bohemia o Divinas palabras. Inventor del esperpento, al que trató de dar categoría científica, supo retratar como pocos la incongruencia, la hipocresía y la indolencia de una sociedad en la que el mismo tipo, a la sazón presidente del gobierno, que lo definió como eximio y extravagante, era más popular por sus correrías erótico-alcohólicas que por sus medidas gubernamentales. Y es que ciertamente Iberia parece un ruedo, con sus caballos enjaezados, toreros con trajes de luces (no sé si de bohemia) y toros que soportan en silencio el arte de banderillas y la suerte de matar. La verdadera Corte de los milagros.

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