viernes, 12 de noviembre de 2010

Malditos libros

Con frecuencia, las preguntas más banales son las que resultan más complejas y difíciles de contestar. Vargas Llosa, en su excelente ensayo La verdad de las mentiras se pregunta por qué leemos (aunque sería igualmente pertinente preguntarse por qué vamos al cine), y su respuesta, como en él es habitual, es rigurosa y rotunda: leemos para escapar de la vida, para habitar un universo paralelo donde se asientan la lógica y la coherencia que echamos en falta en nuestras existencias. El novelista peruano concibe la lectura como una terapia, el libro como un analgésico o on antidepresivo, pero sin sus efectos secundarios. Sospecho que no es tan fácil, aunque sin duda algo de cierto hay. Sin ánimo de contradecir a tan insigne y laureado escritor, no creo que la literatura forme un mundo aparte, desconectado de la vida, un compartimento estanco en el que refugiarnos de las tormentas vitales. Creo, por el contrario, que la literatura es una parte más de la vida misma, que es un error contraponer una y otra. Personalmente, confieso que mis escritores preferidos son aquellos que han abandonado su escritorio y se han lanzado a vivir intensamente, tipos como Orwell, que se pateó las calles de París y Londres sin un centavo en el bolsillo, o como Stevenson, que acabó sus días por los mares del Sur, o como Conrad, que se adentro en las profundidades del río Congo para descubrir el horror a manos llenas, o como Isak Dinesen, que se compró una granja en África y se desligó de su sifilítico marido. O como el propio Vargas Llosa, con quien estoy en desacuerdo en varias de sus ideas, pero a quien admiro porque, además de escribir con la elegancia de un cóndor, tiene la virtud admirable de no rehuir jamás el combate ideológico, aunque eso implique que lo dogmáticos de guardia le partan la cara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario