Los designios del Señor son inescrutables. El bueno de Zorrilla, don José, que saltó a la fama cuando en el entierro del inmortal (valga el oxímoron) Larra dio un paso al frente y leyó un poema a modo de réquiem (luego le llevarían en volandas a la tertulia del Parnasillo, en la calle del Príncipe, para celebrarlo), se pasó la vida renegando de su Juan Tenorio, y de buen grado habría prohibido su representación sobre las tablas. Su rima acusada, la extrema musicalidad, la personalidad ubérrima del personaje, todo ello le avergonzaba íntimamente. Otro genio, Cervantes, murió frustrado porque no logró triunfar como dramaturgo o poeta, por más que lo intentó. Sin embargo, nadie en su sano juicio se atrevería a discutir que ambos, por méritos propios, están en lo alto del Parnaso, codeándose con los Shakespeare, Flaubert, Goethe y compañía.
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