viernes, 19 de noviembre de 2010

Excelente artículo de A. Gándara, en El Mundo, para comentar (si os apetece)

Magnitudes y sentimientos

El vistazo que echa Azúa a los últimos años de historia española es, ya decíamos, amargo. Quizá porque la consideración de magnitudes históricas invita (a veces con café, copa y puro) a un pesimismo descarnado. ¿Dónde están las cosas buenas? ¿Aquellos placeres e ilusiones? Se los traga lo malo. La capacidad evocadora de un desastre o de un fracaso colectivo erradica de la memoria, cuando hace balance (los perniciosos balances), la vitalidad y la alegría de los momentos fugaces en que el mundo parecía tener sentido. Las felicidades pequeñas y los pequeños consuelos apenas dejan huella. Y, si la dejan, hay que cavar para encontrarlos. La apreciación rectilínea del tiempo es lo que tiene: busca coherencia, y la coherencia la proporcionan más eficientemente los naufragios que los espléndidos atardeceres.
Temo que pase lo mismo con la biografía. En toda su magnitud, los errores gozan de una altura y preeminencia que jamás alcanzan los éxitos obtenidos. Estos se aparecen como simples incidentes, discontinuidades en los trazos mayores de la vida. Aún hay aquí otra cosa, y es que cuanto más prolongada es la perspectiva temporal, más viejos nos hemos hecho. Y la propia caducidad realza la caducidad de todo, vistiéndolo de nuestra propia mortaja.
Mejor sería romper la línea en mil pedazos y comprimir el mundo observado hasta que nos quepa en la palma de la mano.

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